Migas de pan

          

Que la llama de este candil,
mientras enciende y aviva estos versos,
Ilumine otros ojos, otras gentes, otras llamas...

La luna desmenuza tu pan, payaso.
Las primeras migas son esparcidas,
Entre salto y salto, por una niña
Que desciende la ribera del río con su vestido nuevo
Y en su halda, estrellas y gorrioncillos blancos.

El pan sabe –no conviene masticarlo demasiado aprisa-
A aire, a danza y a sueño.

Amantes, el tiempo trenza inevitable
Los hilos de la presencia o ausencia
En el ápice de nuestros labios.

Nuevas calles, resonancias
De voces distintas nacen
Y se revelan sabia y secretamente en ti, mujer.
La miga –ponla en tus labios cuidadosamente-
Posee resabios de mar, de roulotte y de circo,
Siempre el mismo, siempre distinto.

Tú, anciana, te sonríes
Mientras me acercas
-la palma de tu mano extendida hacia arriba-
la única miga que aún queda de la hogaza de payaso.

¡Qué sencillo sería deslizarla entre mis labios
buscando sus cauces secretos con la punta de la lengua!
¡Guardarla, quizá como un tesoro comprometido, de entregar
 celoso, para con ella dar el salto!

¿Y si la tiro, anciana,
librándome así del nombre de mujer
que podría hollar en sus terrones de pan?
Mas, tú, mujer, no dices nada.

La luna hila en su urdimbre mientras sonríe.
El río sueña acurrucado en la orilla.
El payaso se acerca y nos contempla,
A través de los garabatos de estas palabras,
Saluda y, con los bolsillos llenos de migas que repartir,
Se marcha con su enorme y franca sonrisa de niño.

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