Paseos por las calles de Jaén

Te miras hoy, ¡ay, candil!
En las calles adormiladas de esta ciudad adoptiva
Y pulsas, mientras recorres sus paseos y calles,
El pálpito escondido, la trémula huella
Que sumar nuevamente a la trouppe de mi roulotte.

¿Te das cuenta, ciudad compañera?
Las manos se dirigen
a este candil de luz, sin conseguir alcanzarlo
del todo.
Prefiero, compréndelo así,
Recorrer una vez más tus calles buscándote.

Los ojos vislumbran a tu trasluz
El negror de tu castillo de Santa Catalina,
El andamiaje árabe de sus alturas.
Sí,  como en casi toda ciudad andaluza,
En tus manos beben las dos culturas,
La cristiana y la musulmana.
 Tienes, así pues, tus santos: Iglesia
Encontradiza de San Ildefonso,
Ofrenda orfebre de tu Catedral,
Orgullo pictórico de Cristo Rey...
No, no me he olvidado de
 tu Inmaculada, cuán castellana
E íntima, te me representas,
De tu Padre Jesús Nazareno, cada vez más mío,
Decidido y Abuelo,
de tu Virgen de la Capilla,
al encuentro siempre nocturno
de mis huellas y mis recuerdos.

Cómo no nombrarte a ti,
Mendiga y pieza más del candil,
En tu sonrisa aún dulcemente triste,
ligada a esta tierra andaluza,
presagio de almita buena
en tu búsqueda de limosna,
no sólo de la material,
si no de la que habita en el alma.

Hoy quiero, candil,
Rezarte y cantar tu nueva luz
Al calor de esta ciudad jiennense
Y susurrarte -si mantienes
Próximos e íntimos tus oídos-
La ilusión y candor de mi humilde
Oficio de payaso.       

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