Venezuela...



      Edén...
Orinoco que, cual plañidera,
llora al sur de los Llanos venezolanos,
evocando emocionado,
latidos
de encendidas praderas...
de fecundas sementeras...
Abrazo del hombre y el cielo
en esas escarpadas cordilleras andinas,
el Aconquija, límite fraguado por el pueblo quechua
al milagro de mamá naturaleza,
en esa depresión en la cordilleras de la costa,
el Valle de Caracas con quien se entrelaza el río Guaire
acunando solícitos a la ciudad de Caracas,
Cordilleras donde las plegarias
alcanzan con sus dedos
con las yemas de sus dedos
los besos sonrosados
del atardecer...

       Lluvia...
Torrentera de turpiales,
cardenalitos y viuditas ribereñas
sobre los pétalos de atardeceres
del Caracuey , Copeicito y el Samán
que encienden de ponientes sonrosados
las amplias y elevadas mesetas de Tepuyes;
torrentera de graniceras amaneciendo de verdor
y amarillo el Aragunaey
que saluda al Papá bueno con sus alegres campánulas de luz...

  
  Latidos...
Carrera de cunaguaros
y jaguares entre los manglares.
Acordes
que sonríen desplegados
entre los labios y ojos de diferentes etnias...
entre los labios y ojos arawacas, quchuas, caribes,
yanomamos...makús y tupis...
Arpegios
que trenzan plegarias
que se anudan a cada esfuerzo,
a cada sendero
por donde el ser humano venezolano
sonríe, habla y escucha sereno
y con su macumba al hombro
llama al Papá bueno, a sus hermanos
y al anochecer late, renace y primaverea en cada tamtam
en cada versículo,
en cada salmo de su corazoncito...

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